Tirando de título y sin intención alguna de hacer un alarde de originalidad, diré que se busca a Ignacio Arrabal, al escritor que hay en él, a su marca, a su estilo; se busca alguna huella literaria que nos deje pistas de su sello, de su voz o de su pretensión de aferrarse a una forma propia de narrar. Pero Ignacio Arrabal es escurridizo, suele ir un par de días por delante, huye de etiquetas o las quema después de crearlas. Prefiere no ser reconocido, perderse en la confusión, probar otras vidas, vivir otros nombres, elige colarse en los trajes y en las pieles de cualquier hombre que nunca será.
Wanted es una de sus maniobras de distracción, de sus juegos de azar, una necesidad más de Ignacio Arrabal de escarbar en la tierra instintivamente para esconder, no sabemos muy qué clase de desahogo existencial. Pero él lo hace, lo necesita y huye con este western utópico. Un espacio y un tiempo incierto, una memoria difusa y lenta. Un desarraigo, la inquietud y la persecución del círculo, la dialéctica de la vuelta a empezar y del nunca acabar, la soledad y el horizonte.
Como escritor, tiene la intención de buscar incesantemente, evitando cualquier casualidad que le comprometa su sinsentido. No quiere metas sino caminos, porque más allá de crear historias, lo que anhela es crear lenguaje. Su ruta es angustiosa, dolorosa y seca. En esta novela que aquí reseño ocurre la vida en sus personajes, que bien podrían ser secundarios, porque cualquiera de nosotros hubiese encarnado esos papeles. Un ateo resentido, un niño muerto, un caballo que no habla o un cowboy sin amuletos.
Durante su lectura escuchaba bandas sonoras creadas por Ennio Morricone o Jerome Moross, guitarras, armónicas, melodías silbadas, castañuelas o violines inquietantes. Percusiones terrosas que permitían que el poeta escondido apareciese detrás de sus juegos novelescos, unas ficciones que podrían ser otras, porque para contar la vida se puede llegar bien lejos sin inventar demasiado. El eco y la distancia que se manifiestan en la narración ayudan a vivir al perseguido y al perseguidor, sin la ayuda de un catalejo que lo simplifique.
Yo leo buscando provocaciones que me ayuden a divagar, mientras le da por ocurrir cosas en las páginas que tengo delante. La ficción es mi excusa para un escape consciente, un juego creativo único e intransferible. Es encontrarme y encontrar, vivir instantes mágicos tan olvidadizos como los sueños, hechos que retumban detrás de las intuiciones y que tomo como lecciones para no perderme en lo real. La narrativa de Ignacio Arrabal es un buen amparo. Sus miradas están perdidas para que pase delante el infinito. Las dudas e incertidumbres son distantes, vitales, posibles. Puntos de vista, perspectivas únicas que sólo conoce quien las lee. Y hay también tacto para rozar texturas, metal, rifles, polvo y tierra, pistolas y cañón, la piel desnuda y agua de lluvia que nadie espera.
Se ve, se toca y hasta se oye lo que no se cuenta. Notas musicales de una armónica, un silbar de fondo al son de los cascos de un caballo, el crepitar de una candela clandestina, los suspiros del sexo disculpado, el viento que no sopla lo suficiente para borrar las pisadas, el rastro de un camino que no existe, el silencio…
Y más allá de la línea que dibuja el infinito, allí donde todavía no se ha llegado, en aquel lugar al que nos apunta el autor, allí está el absurdo, la contradicción, la confusión. El surrealismo que asoma.