En DIARIO DE JEREZ. 28.8.2014
PEDRO Sánchez Sanz es un poeta culto y delicado. Nacido en Sevilla en 1970, su vinculación con Jerez, donde reside y trabaja como profesor, viene por lo menos de hace una década. Hasta el momento, ha publicado seis poemarios y me ha dicho que del último es del que se siente más satisfecho. Con el tercero, Las huellas en la nieve, ganó en 2003 el Premio de Poesía El Ermitaño, que convocaba la mítica tertulia del mismo nombre desde El Puerto de Santa María. Otros trabajos suyos han merecido los premios Platero, Rilke, Barro y Ciudad de Lepe. Este sexto libro de poemas ha sido publicado por Anantes, en Sevilla, en 2013. Se titula La templanza y otros georemas. No sabemos el significado de esta palabra, al parecer acuñada por su autor. El jerezano Julio Asencio, en el prólogo, la interpreta «como una metáfora digamos polisémica que se identifica con distintos estados del alma asociados a sendos momentos emotivos que han dejado una huella indeleble en la memoria lírica del poeta». Georema nos recuerda a teorema, pero con una carga semántica aún más sólida y contundente, y remite a la tierra. El sufijo «-ema» sin embargo remite también a poema, concepto si se quiere más espiritual y etéreo. ¿Poemas de la tierra? Tal vez, pues las páginas se suceden como un viaje iniciático por aquellos lugares que al poeta han servido de inspiración: Schiermonnikoog, Hesse, Gower, etc… En Astápovo Sánchez se detiene ante la tumba de Leon Tolstoi y escribe el que a mi juicio es uno de los más memorables poemas del libro y en el que, curiosamente, los versos se disponen como si fueran prosa, separados solo por una barra transversal.
El conjunto se divide en dos partes: ‘Longitud’ y ‘Latitud’. La primera se inicia con un poema estoico; a continuación, viene el ‘Primer georema’, que se intitula ‘Ese lugar’ y recoge los poemas y lugares citados, además de otros como Dublín o Singapur. A este exótico destino dedica uno de los textos más sugestivos, que cierra la serie. La segunda, se inicia con un cuarteto que aboca a una profunda sentencia: «costumbre antigua de aves y de hombres/ de comer tiempo y saciarse de nadas». En seguida, el ‘Segundo georema’ se nomina ‘Aquella voz’. Esta parte la integran además ‘Templanza’ y otra docena de composiciones. Son textos muy bien construidos, elegantes y evocadores, realizados a partir de la contemplación, a veces cernudiana, y la invocación, en los que el valor de «una imagen recompuesta con pellizco de alfileres» puede prevalecer sobre la lógica: «tal un aroma de higuera penetrando en la cabeza». El estilo de Pedro S. Sanz se torna así casi expresionista o surreal.
La templanza es una de las cuatro virtudes cardinales. Por ella, moderamos los apetitos y la sensualidad, sujetándonos a la razón. En aras de esta moderación benigna, el autor podría haber titulado sencillamente La templanza y otros poemas. Hubiera sido menos llamativo, pero más a tono con la continencia de su meritorio libro. La obra, en fin, de un poeta en sazón, que sabe labrar el lenguaje con seriedad y dulzura y cuya florecida madurez hace presagiar todavía mejores frutos.