Nuestra condición animal suele estar oculta tras nuestra condición racional. Es un hecho que estamos en este mundo de posibilidades desprovisto de instrucciones, muy al contrario que cualquier otra especie. Al nacer casi no conservamos ningún instinto que nos permita sobrevivir sin el aprendizaje de comportamientos.
Lo adquirido, nuestros conocimientos, nuestras destrezas, incluso nuestras actitudes, son fruto del entorno en el que hemos sido educados. La cultura es nuestra segunda naturaleza. Aprendemos un lenguaje, desarrollamos la inteligencia y adoptamos unas costumbres según las circunstancias que vivimos.
Terminamos siendo seres únicos e irrepetibles. Superamos la pura animalidad a base de inteligencia. El vacío natural lo llenamos artificialmente de conocimientos e instrumentos para la vida. El animal viene provisto de todo lo necesario, el aprendizaje y la adaptación ocupa un lugar menor. Todo lo contrario que nosotros.
El mundo animal está lleno de especies que siguen patrones de comportamiento con unas virtudes y unos valores peculiares. Así, observamos que el zorro es astuto, la araña trabajadora y el perro fiel.
¿Qué animal somos cada cual?
Recomiendo la película Zootrópolis para que nuestra imaginación juegue a buscar qué seríamos en un mundo donde los animales son racionales conservando las características propias de cada especie.
Entrada publicada en FOL el 15 de enero de 2021