Como animales simbólicos que somos, vivimos en un mundo de símbolos. En consecuencia, ando por ahí dándole significado a objetos, formas o hechos con los que me voy encontrando. Tiendo a ello inevitablemente, busco encontrarles un valor que trascienda lo inmediato, que pueda llegar a compartir con el resto, aunque personalmente sea único. Un ardid de la razón muy útil para interpretar mejor lo real.
Uno de estos símbolos lleva ya algún tiempo adquiriendo significado en mi cabeza: es el fractal. Lo considero una representación geométrica de la condición humana, de su devenir, de su vida, de su proyección temporal e histórica. Nos caracteriza un inconformismo y una obstinación, en ocasiones desmedida, que busca alcanzar siempre una meta máxima más perfecta y superior que la inmediatamente alcanzada. Según sean nuestros intereses así funciona esa finalidad utópica que guía la multiplicación infinita del fractal y lo encontramos en formas repetidas que se nos presentan como novedosas y originales, aunque no sean más que vueltas a las mismas categorías vitales que nos mantienen con ganas de seguir.
Me considero un inconformista, un obstinado vital, me reconozco un enorme tesón por hacer, así, sin complementos, sin cerrar posibilidades. A veces, muchas veces, esta porfía se vuelve en mi contra; otras, unas pocas, me mantiene vivo y auténtico. No creo que esto deba ser muy diferente al resto de las personas arrojadas al mundo como yo. Una condición que entiendo que debe subyacer a cualquier vida, como energía potencial de los proyectos que andan por ahí sucediéndose. Sin objetivos dejamos huérfana a nuestra pobre naturaleza instintiva, una disposición que proporciona siempre algo por lo que luchar. Creo que las necesidades están detrás de la felicidad, no podemos dejar de estar incompletos, por eso lo asumo como un principio básico para usar mi libertad.
La historia de cualquier individuo concreto o la propia historia de la humanidad se puede llegar a concebir como un eterno retorno de lo mismo, un “la vida sigue igual” o un “eso es como todo”, un mundo que se replica en el tiempo y que tiene un protagonista que escribe un guion repetido. La humanidad o el individuo son la fórmula misma del fractal. De esta manera llego a la espiral y es esta la razón por la que la elijo: para mí es un símbolo relacionado con el fractal, pero usado e interpretado de una manera más personal. La espiral es una curva que da vueltas alrededor de un punto y que se aleja progresivamente. Aunque puede verse justo al revés, como un punto que se aleja poco a poco dejando atrás una estela de hechos. La espiral encarna la energía constante, el movimiento de un punto, el despliegue de ideas desde un espacio concreto. Es un símbolo que me representa. Detrás hay utopías, metas inalcanzables y absolutamente descabelladas, formas repetidas, eterno retorno. Una forma inquietante que esconde un devenir constante, un inconformismo, una insistencia, un ansia que puede rozar, y pasándose, lo hartible. Una sucesión rápida y creciente de acontecimientos, metáfora conceptual del que sabe que existe, una representación dramática de la vida.
Utopía, infinito, origen, destino, meta, ambición, tesón, terquedad, continuidad, ahínco… La humanidad nunca descansa y yo tampoco.
Imagen del logo de Rochak Shukla en Freepik