Esta expresión latina significa literalmente “tablilla raspada”. Se refiere a una tabla de cera o de pizarra en la que no hay nada señalado. Hubo un tiempo en el que se usaba para escribir y la única forma de borrar era alisando la superficie para poder escribir de nuevo desde la nada, como si borramos lo escrito en la arena de la playa.
Ha llegado a nuestros días como una forma de decir que empezamos desde cero. En filosofía, hablar de “tabula rasa” es plantear que el conocimiento humano al nacer viene vacío, sin nada original, sin ideas innatas pertenecientes a nuestra propia naturaleza.
La consecuencia de esto es que cuando partimos de cero todo lo conocido se va ordenando según llega por la experiencia. La mente al nacer es un papel en blanco sin ideas, que vamos rellenando a partir de los datos procedentes de los sentidos.
Más allá de este debate filosófico nunca resuelto, como la mayoría de los asuntos del pensamiento, puede resultar útil recurrir a esta figura retórica para ponerla al servicio de nuestra vida. De alguna manera partimos de cero en muchas circunstancias, nos aventuramos en situaciones desconocidas en las que puede ser bueno desprenderse de todos los prejuicios, sobre todo cuando no nos sirven para nada por la novedad de lo que nos ocurre.
Lo que propongo aquí es que en cada camino que vayamos creando nos quitemos de encima reglas y vicios que nos parecen imprescindibles, al menos poniéndolos entre paréntesis, que nos desprendamos del lastre sobrante que provoca y satura la experiencia y que vela nuestro entendimiento para afrontar nuevos retos.
En cada nueva aventura conviene partir con la mente de un niño, ser un nuevo creador de reglas, volver a escribir sobre la tabla lisa como si acabásemos de llegar. Construir un edificio sobre cimientos y ruinas de otros no augura un buen futuro.
Hacer “tabula rasa” en tiempos de cambio. Un esfuerzo de la voluntad, el entendimiento y la inteligencia.