Reseña de EL CIELO DE AZULEJOS de Manuel Enrique Huertas León
Y creo que lo es. Es su ópera prima. Su primera ficción, ahí es donde uno se entrega al máximo. Se suele decir de la persona que comienza a publicar sus textos que en el primero de ellos condensa toda su personalidad. Es natural y bastante habitual esta tendencia, radicada en la necesidad instintiva de contar todo lo que uno lleva dentro, por si «la otra se tarda». La ocasión se vive con la pasión de un adolescente, con el ímpetu de los que quieren impresionar, se desborda con una sobreabundancia de temas que pueden rozar el barroquismo. Nuestro autor lo sabe y lo hace. Se presenta aquí como un incipiente escritor con mucho que contar y que ficcionar. Manuel Enrique Huertas León es debutante en el arte de la novela, aunque ya haya publicado ensayos, y nos transmite el afán por desnudar su alma.
Nuestro autor sabe mucho de Historia y de Arte, sabe mucho de Sevilla y aprendió el oficio de alfarero cuando era un niño. Además, siempre quiso escribir una novela histórica. Y le gusta el mar, le gusta el vino, la cerveza, las tabernas, las ventas, las aventuras, las ermitas y formar parte de la feligresía. Su proyección en esta ficción es Cristóbal. Su curiosidad de escritor le lleva a viajar, a imaginar rutas, experiencias, sueños y frustraciones. Con todo esto solo faltaban los pinceles y ponerse manos a la obra.
En El cielo de azulejos tenemos de protagonista a un Forrest Gump de Triana en el siglo XVI. Le ocurre todo en el momento en el que ocurre todo. A Sevilla la llaman por entonces la Babilonia, a mí me gusta decir que era la Nueva York de aquella época. En definitiva, el lugar donde todo el mundo quería estar, el sueño sevillano que pasaba por América. Nuestro personaje protagoniza claves necesarias para conocer nuestra historia, vive de cerca acontecimientos que marcaron el futuro de España, incluso tenía su sueño, como Forrest Gump soñaba con su barco de gambas.
En la novela hay mucho barro, pero también tierra, caminos, agua y sudor. Es un manual del arte de la cerámica y del azulejo, un relato de sueños por cumplir, de superación, de ir un poco más allá, de crear por encima del trabajo artesano, que bien puede ser la proyección de Enrique Huertas niño, cuando él amaba el oficio pero no se contentaba con quedarse en el barro y quiso ser ceramista. También hay una historia del arte, sobre todo de la Sevilla del siglo XVI. Y mucha historia, de España, que pasaba por unos conflictos internacionales que eran heridas abiertas provocadas por la lucha por conquistar el mundo. Un mundo que desde hacía poco era mayor de lo que se pensaba y que requerían movimientos rápidos de piezas.
No podían faltar en la novela los escenarios públicos, las tabernas o ermitas, redes sociales del renacimiento donde se contaba y se sabía todo. Se habla de la cerveza como novedad, se refiere a la Cruz del Campo como un horizonte todavía lejano, meta de un vía crucis que simbolizaba aquella ciudad cristiana y protectora de la fe. Claro que aparece la Santa Inquisición, señalando a Triana como el paradigma de la contradicción, el arrabal del pueblo, las torturas y el castillo de San Jorge. Sevilla, ciudad de contrastes como la que más, rateros y curas, pueblo y clase noble.
Aquí tienen disponible la novela [amazon]. En los límites de la novela histórica, una ciudad ficcionada cuando llegaba a su máximo esplendor, a través de unas vidas más o menos nobles, mezcladas con realidad y con personajes soñados. Unos dibujos costumbristas de gradas de la catedral y puente de barcas. Una novela que solo supone una parte de lo que le queda por contar a Enrique Huertas, aunque haya tenido la osadía de creer haberlo contado ya todo.