Primero vinieron por los socialistas, y guardé silencio porque no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y no hablé porque no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque no era judío.
Luego vinieron por mí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en mi nombre.
Esta declaración es de Martin Niemöller, pastor luterano alemán que pasó ocho años en prisiones y campos de concentración nazis. Tales afirmaciones fueron fruto de su reflexión en torno a la actitud esquiva que mostró durante el holocausto.
Supongo que cualquiera de nosotros podría caer en esa trampa social. Es posible que hoy sigamos cometiendo ese mismo error como grupo, dejándonos arrastrar por corrientes de odio y discriminación, apoyando los discursos correctos impuestos desde el poder fáctico. Ponerse de perfil es algo que se nos da especialmente bien cuando hay problemas y lo convertimos en un rincón en el que sentirse seguro. Acompañar a la turba puede hacernos perder el criterio y defender algún tipo de fascismo encubierto. El bando de los buenos suele coincidir con el vencedor.
Nos aferramos a zonas de seguridad en los entornos abiertos e inseguros, a veces es el silencio y la indiferencia, otras la búsqueda de argumentos inconexos que contenten a la opinión de turno. Por eso es tan difícil abrazar una posición crítica y reflexiva con la que enfrentarse a lo público. ¿Quiénes son ahora los perseguidos? ¿Quiénes imponen ahora el discurso del bien?