Quiero decir que si de algo podemos presumir es de nuestra libertad. Sí, ¿por qué no? En esta pregunta retórica hay un argumento más. Presumir de la libertad de hacer lo que nuestras posibilidades nos deja elegir, de hacerlo todo o nada, hacer, no hacer o dejar de hacer.
¿Dónde dejamos el deber? La satisfacción del deber cumplido depende de la posibilidad de evitar el deber. ¿Qué sentido tendría sentirnos orgullosos de nuestro trabajo si no podíamos haber evitado hacerlo? Si fuese necesario y natural cumplir una acción no nos plantearíamos un arrepentimiento o algo parecido.
¿Y si se nos ocurre ser un oso? Claro que podemos ser un oso. Y un perro y una hormiga. Podemos serlo porque somos libres y podemos elegir un camino vital hasta que el camino se acabe
¿Y si no hubiera fin? ¿Cómo sería una vida sin fin? Diferente, con la oportunidad asegurada. Ser un oso ahora y una hormiga después. Ya decidiríamos algo más cercano a tomar decisiones. Dejar de ser lo que somos está a nuestro alcance porque ni siquiera sabemos qué somos. El oso no puede dejar de serlo, le pasa lo mismo a la hormiga. Nuestra libertad impregna la diferencia. Sus vidas están condicionadas por su entorno y sus circunstancias, que hacen que pueda vivir más o menos alimentado, sano, seguro… La suerte biológica le sirve cuanto puede vivir conforme a su naturaleza. Y serán felices.
Nosotros podemos elegir o no, nuestra dicha o nuestra desdicha. De aquí el desajuste y nuestra disconformidad congénita, origen común con la posibilidad de querer: la libertad.
¿De verdad quieres ser un oso?