Bien, apartémonos un momento de la historia, obviemos el tiempo y las formas, hagamos un esfuerzo por ver el papel en blanco sin dibujos ni borrones. Preparemos el alma para un viaje que puede que sea sin retorno y que una vez que hayamos elegido la pastilla roja la perspectiva cambie para siempre. Pongamos nuestra mente a pasear, a dar vueltas desocupándola de sentidos y direcciones. Pensemos en la trastienda, hagamos un esfuerzo por situarnos fuera.
Desde allí, apartados del universo al que acostumbramos a estar sin ser vistos, más allá del valor y la forma, todo será diferente. Desde ese lugar podréis saber otras cosas, pero seréis incapaces de contarlas, nadie os creerá. Porque desde aquí podréis comprender lo que supone ser un actor inconsciente y asumir la banalidad de ser, de estar arrojado sin libro de instrucciones. Acompáñenme a lo extraño, al raro sentido de la existencia, al incómodo asiento del que no poder levantarse.
Cuando lleguéis no habrá puertas, porque desaparecerán al cruzarlas, ni límites ni fronteras a las que achacar la transmutación. Un arpón, un ancla, un anzuelo metafísico, un artefacto incómodo os amordazará. Sentiréis el eco opaco y ciego del plomo, soportaréis el peso inverosímil de una tonelada de papel, agarraréis lo amado con el equilibrio inestable de lo efímero.
Sólo aquí transmutaréis los colores complementarios hasta llegar al absurdo del equilibrio. Y será el momento en el que os regalaréis los oídos para satisfacer vuestra dicha: la de comprender algo sin poder ni tan siquiera explicar su origen. Quedará estar, que no será poco. Después, al cabo del tiempo, emprenderéis el viaje que yo estoy haciendo ahora. Pero para eso primero hay que tocar el espejo antes de ablandarlo.