Tenemos una obsesión innata a buscar explicaciones de todo aquello que nos resulta incomprensible, lo hacemos hasta el hastío. Lo inesperado, como este apagón masivo, debe pasar siempre por el frenético proceso de resolución de problemas, aplicado a todo lo que requiera una respuesta. Es una necesidad llevada, en ocasiones, al absurdo. Las prisas suelen aliñar la cuestión con contradicciones y precipitaciones, como si importase más tener la respuesta a que sea la más acertada posible.

Mitos, hechos sobrenaturales, eventos atribuidos a los dioses, eclipses, tormentas, catástrofes como señales divinas. Esto es muy antiguo, más que quejarse de lo malo que nos pasa. Tampoco vamos a descubrir en el siglo XXI el recurso a las teorías conspirativas, que se saltan cualquier evidencia y terminan soportando las explicaciones en complejos engranajes de poder, dominio e intereses ocultos.

Claro, dejamos para el final la actitud crítica, la prudencia racional, la duda como camino, el rigor científico o el recurso al sentido común. Debe ser mucho más fácil inventar que encontrar fundamentos. ¿Para qué dedicarle tiempo a la investigación y al estudio meticuloso? Eso lleva demasiado tiempo.

¿Y si usamos la navaja de Ockham? Es el principio de parsimonia. Tomarse las cosas con tranquilidad, sosegadamente. Calma, que no hace falta correr tanto para tomar una decisión. Este principio lo formuló Guillermo de Ockham en el siglo XIV; no había ni electricidad, todo avanzaba más tranquilo, aunque quedaba poco para las grandes revoluciones que nos han traído históricamente hasta aquí. Planteaba este principio de esta manera: «Pluralitas non est ponenda sine necessitate«. «La pluralidad no debe postularse sin necesidad». Si no hay razones para complicarnos, ¿por qué complicarnos? Lo complejo es rebuscar en hipótesis complejas, mientras que lo simple es intentar explicar las cosas que ocurren con hipótesis simples.

Venía a decir este fraile franciscano (que, por cierto, se llegó a enfrentar con sus ideas al Papa Juan XXII) que para qué meternos en jaleos, si al final las soluciones suelen ser las más simples. Vamos a empezar por estas, que ya habrá tiempo de enredar. Si reducimos las especulaciones innecesarias nos podemos centrar en las respuestas más pragmáticas. No es que haya que olvidar las otras posibilidades, es que es mejor aproximarse al problema por lo más evidente. Este método es útil en ciencia, en filosofía y hasta a la hora de resolver problemas del día a día. ¿O qué hacemos cuando perdemos las llaves? Si lo primero que pensamos es que alguien nos las ha robado para poder entrar en nuestra casa cuando no estemos, lo que hacemos es complicarnos la vida. Que no es que no pueda ser, es que nos estamos provocando una ansiedad innecesaria, cuando es muy posible que la tengamos en algún rincón conocido.

Guillermo de Ockham usó este principio para resolver problemas, para analizar eventos y para tomar decisiones. Es probable que tú que lees este artículo ya hayas llegado a esta conclusión, sin saber nada de aquella navaja de Ockham del siglo XIV. Pero, si no lo has hecho, si todavía te empeñas a la primera en explicaciones rebuscadas, piensa que igual es un buen consejo de un viejo que hoy tendría 738 años: parsimonia.

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