Manuel Machuca escucha y apunta. Qué capacidad de mirar a la cara y provocar que le cuentes hasta los últimos detalles de tus pensamientos. Este arte lo tiene bien practicado en la botica, allí se le suelta la lengua a cualquiera que necesite sacar los pesares, más parece una taberna que cualquier otro negocio. Con estos testimonios, al modo de una fórmula magistral, elabora él novelas como Demasiada gente. Cualquiera de quienes le conocemos podemos formar parte de sus historias, de alguna forma o de otra aparecen detalles que completan sus ficciones de verdad.
Demasiada gente es su último desenlace. Una mujer que representa a toda una generación de sufridoras de las miserias que daba nuestra Sierra Morena, ese trozo de Alentejo español, pobre y anclado en el tiempo, cuyas lágrimas y sudores aún no han sido suficientemente novelados. Guadalcanal o Azuaga, que bien pudo ser Alanís o Cazalla, la tierra de mis antepasados; migraciones a la capital en búsqueda de menos infortunios.
La dureza de los hechos que conforman la trama de la novela es tan conocida como olvidada. Pertenece a las conciencias de quienes los padecieron y al rubor de las personas que supieron de aquellos raptos de bebés para dárselos a familias pudientes que no podían tenerlos de forma natural. Manuel tira del hilo con la ayuda de Fernanda, su confidente aquí.
La tramoya trabaja con dos escenarios que cambian de color, lágrimas, olor y sabor. El primero es esa sierra y esos campos duros de trabajar que repelen a los señoritos de la campiña. Hambre y miseria. Nacer y criarse en una choza, motes sonoros y perdidos en el tiempo: los Pelaos, la Garraposita. El otro escenario es la capital en los años de la transición. Su hospital de las Cinco Llagas, familias sin motes y con abolengo, patios de vecinos, bloques de pisos del Patronato y casas señoriales.
Fernanda, la verdadera protagonista de esta novela, ha permitido que Manuel Machuca convierta su vida en una novela que refleje las desventuras de muchas mujeres como ella. En casa de mis padres he oído piezas como las que conforman este puzle. Yo mismo rondo la edad de ese niño robado y mi padre tiene la misma edad que ella. Su confesión pertenece a toda una generación.
Una cita de Onetti nos recuerda que el autor es un buscador constante del alma de la literatura en todos los aspectos de la vida. Como buen observador, no ve a esta o a aquella persona paseando por la calle, va más allá, sus figuras y sus gestos son la puerta hacia la ficción, hacia la mentira más verdadera. Porque Manuel es un confesor, un hombro al que acudir, un aspirante a rapsoda callejero que acumula secretos y causas perdidas. Las masajea, las adereza, las llena de realidad y después las cuenta hasta hacernos ver sus entrañas. Los hechos iniciales son lo de menos. Tras pasar por sus manos, lo que nos presenta estrictamente es mentira y esencialmente es la verdad, la única verdad.
Manuel es un confesor, un hombro al que acudir, un aspirante a rapsoda callejero que acumula secretos y causas perdidas
Y aquí tenemos a su última protagonista, la Garraposita. Una mujer que bien pudo llegar a ser una de esas niñas arrecidas que mi abuela alimentaba con lo que buenamente podía. Vidas como otras muchas que se arrastraban por las calles de aquellos pueblos serranos en los que el dinero valía poco y la ropa demasiado. La Garraposita caminaba mucho, como Manuel Machuca, pero sus senderos no tenían un destino claro, sus rutinas no satisfacían los sueños de abogada y los ideales enturbiaban la imaginación, aunque la vida le iba en aquellos pasos.
El origen de la literatura está en el intento de contar de otra forma hechos que son reales. De esto hace ya muchos siglos y los recursos son los mismos. Hacen falta escenarios, palabras que dibujen escenarios para la historia y mecanismos que sitúen la trama y el drama. Tan importante es en Demasiada gente aquella casa de Guadalcanal como la buhardilla del hospital de las Cinco Llagas. Escenarios de una generación que vino a Sevilla a buscar menos miseria y que tuvo que lidiar con el dolor de los recuerdos y el incansable esfuerzo por llevar el pan a casa.